“Veamos a ver”, como dicen en mi barrio: basta ya.
Basta ya de tantas expectativas cada vez que atravesamos esta barrera sintética del tiempo: la Noche Vieja.
Hay que empezar por asumir que todo aquello que no hemos logrado en trescientos sesenta y cuatro días vayamos a conseguirlo antes de que expire el dos mil doce.
Todo mentira. Para empezar no se le olvide que el Tiempo es un invento del ser humano para justificar cosas como los dolores en las articulaciones, (o coyunturas como dicen en mi barrio), las arrugas en la cara y las hemorroides: - Yo todo esto no lo tenía antes, ¿qué ha pasado? Pues el tiempo. Punto pelota. Una forma como otra de ordenar la angustia vital. A mí me vale, y además hay pelucos muy chulos.
Lo único cierto de la Noche Vieja es que los recibos del agua, luz y gas, la gasolina, los peajes, el transporte, los sellos, ¿he dicho ya la gasolina?, son más baratos que mañana. Así es. Seculum seculorum.
Sin embargo, o “However”, como dicen en mi barrio, existe una gran expectativa no ajustada típica de este evento; pero olvídese de follar si no ha follado en todo el año, (estoy seguro que no es su caso). Difícilmente pasará esta noche.
Sólo le pido una cosa: dignidad. Le aprecio como se puede apreciar a un perfecto desconocido y, además, no me gustaría que sufriese un accidente o muriese aplastado por la presión que ejerce en la atmósfera la alta concentración de feromonas y testosterona del ambiente en los locales de copas. La sanidad pública ya no se puede permitir este gasto. Evite estos lugares.
No obstante, si insiste en ir por estos mundos de Dios dando tumbos hasta bien entrada la mañana y apurar todas sus opciones, tenga en cuenta el efecto llamado “Poso de Café”, que es, como usted sabrá, aquella substancia negruzca, amarga y reseca que queda pegada en el fondo de la taza una vez degustado un suculento y estimulante sorbo de café. Y ahora observe la analogía que acabo de hacer entre el poso del café y lo peor de lo peor de la fauna humana que resta en las fiestas pasadas las seis de la mañana. Avisado queda.
Usted puede ser presa fácil de depredadores pusilánimes de calzoncillos amarillentos y acartonados, (¡sorpresa!), si es una mujer; o carnaza para las tramas de delincuentes que regentan “night clubs” tipo Club Paradise de la Jonquera si es usted un hombre, querido y desconocido amigo machote. No lo haga. La Jonquera queda lejos de su hogar. Pero si a pesar de todo usted y sus amigotes insisten al grito de “¡no hay güevos!, recuerde al entrar en el vehículo: “Papá, no corras”. Y si corre…llet al melic!!
lunes, 31 de diciembre de 2012
martes, 25 de diciembre de 2012
PESADILLA ANTES DE NAVIDAD
PESADILLA
ANTES DE NAVIDAD
“Antes de que preguntéis por ella os diré que
no vendrá, ya no vendrá nunca más”, y nadie preguntó nada el resto de la noche.
Apenas un par de horas antes habíamos estado
echándonos reproches y repartiendo fotos: yo me quedé con los negativos y ella
con todo lo positivo. Intercambio de recuerdos y de miserable mediocridad.
Abajo en la calle, en el maletero del coche, una botella de cava y dos copas de
cristal custodiadas por un bonito estuche de madera y terciopelo esperaban
pacientes. Íbamos a brindar por el perdón, la redención y el amor eterno. Luego
romperíamos las copas para sellar la promesa, como seguramente vi que sucedía
en alguna perniciosa película romántica, (Hollywood nos hizo tanto daño). Las
copas llevan décadas adornando una vitrina en casa de mis padres.
Tampoco hicimos el amor aquella noche en el
asiento trasero mientras en el radiocasete del coche sonaba “Stop” de Sam
Brown.
Al encuentro de amigos de aquella noche llegué
solo y antes de tiempo. Por el camino el volante del coche supo encajar mi
frustración. Era un buen volante de cuero, y como los guantes de un boxeador,
resistente a los golpes. Sam Brown saltó por la ventanilla y se desmontó al
chocar contra el asfalto y quedó allí, desordenada y hecha una maraña de cinta
magnética; un coche que venía detrás acabó con su agonía…” All
that I have is all that you give me.”
Durante la cena todos los amigos brindemos con
cava y copas baratas de vidrio: ¡Feliz Navidad!
“Vamos a bailar este baile sensual”
“Vamos a
bailar este baile sensual”
Movimiento
de sinuosas caderas, algo felino en su esencia al andar, como una pantera.
Estoy
en lo alto de la escalera en el centro comercial y casi me precipito al vacío
atraído por el hechizo de su escote. Quisiera hacerle el amor ahora mismo, - es
un pensamiento fugaz: rodar por la cama, por el suelo, por las paredes y por el
techo; el mundo dando vueltas. Te diré ahora: te he visto otras veces, en otro
tiempo, en otra época y estabas encima de mí. Tu cabello largo y ligeramente
rizado se enredaba en mi pecho. Un breve gemido y senos turgentes chocando
contra mi boca. No sois la misma persona pero sois la misma cosa: sexo
magnético. No tardaré en ir a tomar un café con leche, corto, sin espuma y muy,
muy caliente. Te quiero ver de cerca.
El señor de las moscas extraterrestres
Acababa de sacrificar
contra el cristal del ventanal una inocente mosca. Ese verano fue uno de mis
principales entretenimientos, un verano especialmente cargado de moscas
empalagosas. En ocasiones prefería darles caza con el tapón del insecticida
sobre cualquier superficie en la que se posara la mosca para después, una vez
atrapada dentro y con mucho cuidado, levantar el tapón por un lado y durante un
breve instante insuflar la muerte a presión con un buen chorro de insecticida.
Era un método menos expeditivo que aplastarlas con la cortina contra el
cristal, pero de este modo me ahorraba la reprimenda de mi madre por ensuciar
el vidrio y la tela con las vísceras amarillas del insecto. Algo musical había
en la agonía de esas moscas ejecutadas con ese sistema, con los zumbidos de sus
aleteos nerviosos cuando caían, algunas de espaldas contra el suelo y otras
desorientadas incapaces de alzar el vuelo dando vueltas en círculos sobre las
baldosas.
A través de la ventana
el cielo rojizo de la tarde se iba imponiendo lentamente según pasaban los
minutos. Yo lo observa desde el suelo, tumbado boca abajo sobre mi barriga, con
los codos apoyados y las manos sujetando el mentón. Estar en el suelo, sentado,
tumbado o recostado me ocupaba la mayor parte del tiempo de ocio. Ahí podía
pasar horas haciendo diferentes cosas y una de ellas era observar el ocaso
sobre los tejados de las casas bajas, - en aquellos años en los que vivir en
casas bajas era cosa de gente humilde -, y perderme en mis pensamientos de
niño, como aquel en el que las nubes servían de camuflaje a naves
extraterrestres con forma lenticular. Atardeceres rojos y naves espaciales: a
veces dudo si fue producto de mi imaginación o sucedió en realidad.
Debe haber
en todo lo que hago un propósito, como en la equidistancia emocional que
mantengo entre el dolor y el placer al moverme por los vericuetos de los
sentimientos, pero desconozco cuál es. Entonces lo fácil es dejarse llevar por
los acontecimientos desde el convencimiento de que todo lo que sucede te es
ajeno. Y se reviste de teflón el alma para que lo que se estrelle contra ella
resbale, aunque siempre fracase en la intención.- Y este es el tipo de
chorradas que gusta a los jurados compuestos por pretenciosos y eternos
opositores a escritores, pusilánimes de facto, que por creer que enrocarse en
palabras absurdas en forma y contenido hacen del que las suscribe una especie
de literato. Y una mierda pinchada en un palo.-
“ Años 80: Verano de garrapatas ” (I)
“ Años 80:
Verano de garrapatas ” (I)
Cuando
quiero recordar mi infancia me traslado y me doy un paseo por aquel verano de
garrapatas y escarabajos de la patata.
Entonces
los veranos eran calurosos de verdad y nadie hablaba de cambio climático si,
por casualidad, una tormenta se instalaba en el cielo tres días seguidos. Los
aerosoles contaminaban la atmósfera con total impunidad y los envases de
cristal no se reciclaban, se descambiaban para que en Ca La Pepa, lo más
parecido que había a un supermercado en muchos kilómetros alrededor, no te
cobrasen los envases de la Fanta como nuevos. Así era la economía sostenible
entonces, sin “packaging” y con todos los alimentos envueltos en un papel
recubierto por una especie de cera.
Las garrapatas se deslizaban por el fino
rebozado, solo cemento sin arena, de la pared medianera que separaba nuestra
casa de la del vecino, desde la terraza donde siempre había dos o tres perros
sucios, desnutridos y anónimos, hasta nuestro patio. Estos invisibles bicho
planos y rojos se instalaban entre los pelos del felpudo que había en el suelo
justo antes de la entrada del comedor. Los descubrí allí, diminutos, entre las
letras que formaban la palabra “bienvenidos”. Yo estaba sentado en los
escalones que dividían el patio en dos alturas. En mis manos tenía un pequeño
transistor a pilas que tenía en un extremo una suerte de correa metálica que a
mí se me antojaba como una lombriz plateada. Me entretenía con él viajando por
el dial sin parar, sintonizando emisoras en busca de música por la onda media,
cosa harto difícil en un transistor sin FM que era el lugar donde empezaban a
surgir los programas de radio fórmulas musicales y las listas de éxitos. No
paraba hasta que podía escuchar el ritmo sintético de las primeras notas de “La
Dolce Vita” de Ryan Paris que era la canción de ese verano, (veranos con
canciones de verano, ¡qué cosas!). Había cientos de pequeñas garrapatas, -
quizá no eran cientos y sólo decenas, pero el asco y el pánico que sentí seguro
que magnificó la cantidad-, buscando huésped. Huí del lugar corriendo en busca
de la Iaia, mi auténtica heroína. Quedó allí un solitario Ryan Paris cantándole
a las garrapatas… “Dolce Vita” y parásitos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)