jueves, 31 de julio de 2008

Me gusta empezar historias (II)

No recuerdo cómo he llegado hasta aquí, sólo recuerdo que hubo un momento, sé que ocurrió, en el que ellas cobraron vida: otro tipo de vida.


La vida en este pueblo es monótona y los actos de sus lugareños son previsibles, quizá fue por esto que la vieja adivinadora tuvo que hacer las maletas y largarse a la ciudad para poder ganar algún centavo sin tener que fregar los suelos de otros. Todos supimos desde el momento en el que colgó aquellos folletos anunciando sus virtudes quirománticas que no duraría ni tres meses, excepto ella, La Poderosa Gran Lola, y Willy.

La Poderosa Gran Lola llegó aquí atraída por la multitud que se congrega durante los días de la Flower’s Week. El caso es que su caseta tuvo cierto éxito durante la feria y eso la animó a instalarse durante una temporada entre nosotros. Quizá pensó que se podía ganar unos cuantos dólares engañando a un puñado de paletos con sus más que dudosas mancias.

No le resultó difícil encontrar alojamiento a la vieja Lola pues Willy el Neurona, fascinado por su precognición y clarividencia, se ofreció a alquilarle la vieja casa que tenía frente a su plantación de manzanilla a un módico precio: quería que elaborara para él El Filtro de la Sabiduría del que tanto le había hablado durante los días de feria.

Willy no era muy listo porque al nacer tuvo problemas y una vuelta de cordón umbilical alrededor de su cuello le dejó sin respirar unos minutos, los justos para que de mayor sus paisanos irónicamente le apodaran El Neurona refiriéndose a la única que tenía sana, y además lo que heredó de su viejo no era una plantación de manzanilla, sino un terreno yermo y hostil a las afueras del pueblo donde lo único que crecía eran malas hierbas y esas pequeñas flores, blancas y amarillas, en primavera, que el recolectaba y secaba.

(Quizá continue otro día)

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