“ Años 80:
Verano de garrapatas ” (I)
Cuando
quiero recordar mi infancia me traslado y me doy un paseo por aquel verano de
garrapatas y escarabajos de la patata.
Entonces
los veranos eran calurosos de verdad y nadie hablaba de cambio climático si,
por casualidad, una tormenta se instalaba en el cielo tres días seguidos. Los
aerosoles contaminaban la atmósfera con total impunidad y los envases de
cristal no se reciclaban, se descambiaban para que en Ca La Pepa, lo más
parecido que había a un supermercado en muchos kilómetros alrededor, no te
cobrasen los envases de la Fanta como nuevos. Así era la economía sostenible
entonces, sin “packaging” y con todos los alimentos envueltos en un papel
recubierto por una especie de cera.
Las garrapatas se deslizaban por el fino
rebozado, solo cemento sin arena, de la pared medianera que separaba nuestra
casa de la del vecino, desde la terraza donde siempre había dos o tres perros
sucios, desnutridos y anónimos, hasta nuestro patio. Estos invisibles bicho
planos y rojos se instalaban entre los pelos del felpudo que había en el suelo
justo antes de la entrada del comedor. Los descubrí allí, diminutos, entre las
letras que formaban la palabra “bienvenidos”. Yo estaba sentado en los
escalones que dividían el patio en dos alturas. En mis manos tenía un pequeño
transistor a pilas que tenía en un extremo una suerte de correa metálica que a
mí se me antojaba como una lombriz plateada. Me entretenía con él viajando por
el dial sin parar, sintonizando emisoras en busca de música por la onda media,
cosa harto difícil en un transistor sin FM que era el lugar donde empezaban a
surgir los programas de radio fórmulas musicales y las listas de éxitos. No
paraba hasta que podía escuchar el ritmo sintético de las primeras notas de “La
Dolce Vita” de Ryan Paris que era la canción de ese verano, (veranos con
canciones de verano, ¡qué cosas!). Había cientos de pequeñas garrapatas, -
quizá no eran cientos y sólo decenas, pero el asco y el pánico que sentí seguro
que magnificó la cantidad-, buscando huésped. Huí del lugar corriendo en busca
de la Iaia, mi auténtica heroína. Quedó allí un solitario Ryan Paris cantándole
a las garrapatas… “Dolce Vita” y parásitos.
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