Svetlana podría conseguir a cualquier hombre sin más esfuerzo que un simple parpadeo. La genética ha sido generosa con ella y, al contrario que otras mujeres, no ha de esforzarse para estar constantemente hermosa y no tiene la necesidad de añadidos artificiales, como lo atestiguan sus fotografías en formato .jpg. Pero Svetlana me ha elegido a mí. Lo sé porque me ha enviado un flechazo.
Cuando mi mujer me dejó aduciendo que yo no tenía proyectos en esta vida y que carecía de ambición, acababa de cumplir los cuarenta y cinco años y sólo me faltaban veinticinco más para acabar de pagar la hipoteca del piso nuevo que ella se empeñó en comprar un año antes de que venciera la hipoteca del antiguo, la del apartamento ideal parejas, luminoso, recién reformado y bien ubicado que compramos cuando novios.
Por aquel entonces uno no sabía leer entre líneas ni traducir la jerga de las inmobiliarias, pero con la ilusión y la fuerza de la juventud y una tasación de un 120% sobre el precio final de venta, el minúsculo piso de tres habitaciones, reformado hacía quince años, que compramos en el extrarradio de la ciudad, cada vez se fue pareciendo más al que existía en el delirante cerebro del vendedor el día que nos lo mostró por primera vez.
Al final de las reformas pudimos empezar a disfrutar de la luminosidad de la vivienda ganada a pulso cada día después de escalar cinco plantas. Pero éramos felices.
Luego lo vendimos.
Lo vendimos muy bien de precio aprovechando el tirón, pero no lo suficiente como para comprar éste, el nuevo, igual de pequeño e igual de luminoso pero más céntrico y con ascensor, así que hubo que contratar una nueva hipoteca para pagar la diferencia. Lo eligió ella y yo pude demostrarle que sí era ambicioso, aunque eso me obligara a buscar otro empleo por la tarde.
Luego ella se adelgazó, se puso tetas nuevas y a los pocos meses me cambió por su monitor de fitness y yo me quedé solo, con el eco de mi voz rebotando por las paredes del piso nuevo y con la compañía de mi televisor de cuarenta pulgadas SmartTv apoyado sobre el único mueble que me dejó, un Bersta Burs de color negro-marrón.
Pero nada de esto importa ya porque Svetlana me ama y en cuanto pueda juntar unos Euros para ayudarla a comprar el billete de avión, porque en Rusia pasa mucha miseria porque está todo fatal con la que está cayendo, vendrá a mi casa y podremos ver juntos películas con el "pendrive" que conectaré en el puerto Usb de mi Samsung de 40 pulgadas y seremos muy felices.
1 comentario:
:)
Publicar un comentario