domingo, 1 de agosto de 2010

La tónica de cada día.

Como siempre, escribo - o empiezo a escribir- sin tener muy claro de qué va a tratar el texto.

Puedo empezar diciendo que el otro día, Lunes, la botella de agua que llevo en la bolsa, y que compartía sitio con esta libreta, estaba mal cerrada y fue derramando agua durante un rato y que, como consecuencia de ello, el margen inferior izquierdo ahora se encuentra húmedo y arrugado y allí donde antes habitaban letras hay borrones de tinta casi imposibles de descifrar.

Podría continuar explicando que ayer, Martes, pinché las dos ruedas de la bicicleta justo después de la pronunciada bajada que hay al principio del camino que habitualmente realizo, esa bajada en la que tengo que poner toda mi atención si no quiero dar con mi esqueleto en el suelo y rebozarlo de polvo. Obvia decir que las reparaciones me hicieron perder mucho tiempo y que el resto de la tarde fue una etapa contra-reloj.

O también podría contar e intentar expresar la inquietud que he sufrido estos tres últimos dias, Lunes, Martes y Miercoles, con respecto al futuro inmediato de mi situación laboral, pero al fin y al cabo tampoco es este un tema de gran trascendencia. Así que otra vez más tengo que admitir que me pongo a escribir sólo para abstraerme del entorno y pasar el rato mientras me bebo una tónica con dos cubitos de hielo y media rodaja de limón en un vaso ancho y escucho música a través de los auriculares de mi teléfono celular, que ahora no recuerdo si es Eucariota o Procariota.

Ahora estoy en un bar.En la mesa hay un cenicero pero en cambio no hay servilletero - ¡qué habría sido de Lionel Messi en mis circunstancias, ¿estaría ahora jugando a fútbol pudriéndose de la pena en el C.F Mercantil? - así que después de cada sorbo tengo que relamer mi labio superior con la punta de la lengua para que los pelos de mi bigote no queden demasiados mojados y goteen, cosa harto desagradable, y acto seguido tengo que pasar el dedo pulgar de la mano derecha por mis carnosos labios para acabar de secarlos. Cada vez que doy un trago automaticamente repito estas dos acciones.
Abstraído como estoy en la escritura de este texto he tenido que, almenos en dos ocasiones, levantar la mirada de este papel para observar el cielo en un gesto que, aparte de descontracturar las cervicales, pretende conseguir algo de inspiración divina, y en las dos ocasiones he observado como una señora, ya entradita en años y con el rostro surcado por unas cuantas arrugas profundas incapaces de ser disimuladas por la toxina botulínica, me guiñaba un ojo a la vez que chupaba con descarada lascibia la boquilla de su cigarrillo para acto seguido exhalar el humo, pero no de un soplo, sino formando aros casi concéntricos que después se deshacían ascendiendo en irregulares volutas de humo tóxico.
En la segunda vez que he alzado la vista me he vuelto a encontrar con la mirada de la señora clavada en mi, pero esta vez la mjuer ha empezado a toser de tal modo que su rostro ha pasado del color marrón tostado típico de las clases ociosas y puedientes de las gentes del "donwtown" sabadellense, a un color púrpura violentamente violáceo. Entonces he dado un respingo en mi silla de ráfia porque por un instante creí que tendría que sacar mi insignia de la Cruz Roja que me identifica como superhéroe anónimo y obligarme a aplicar mis obsoletos conocimientos pseudomédicos en una improvisada y nauseabunda maniobra de reanimación cardio-pulmonar...¡Y todo por falta de servilletas de papel!

- ¡Por favor! ¿El libro de reclamaciones?