sábado, 18 de octubre de 2014

Relatito paraTodos los Santos 2014: "Economía colaborativa"

-Mire, así, entre usted y yo: soy un asesino en serie.
-What?
-Si, si; se lo digo en serio.

  En serio y en serie. Y acto seguido, sin mediar palabra, le arreó un testarazo en todo lo alto del cráneo son la pesada ensaladera que sostenía con ambas manos. La jambalaya se desparramó por todo el cabello y sobre el mantel. La salsa, con un ligero toque de tabasco, impregnó el rostro de Michael que, de seguir vivo, seguro que hubiese sentido un intenso picor en el ojo derecho a pesar de que éste colgaba en parte por su mejilla.

  A su vez la mujer sujetó, con su brazo hiperprotéico e hipertrofiado por el exceso de ejercicio anaeróbico, fuertemente por el cuello a Meadows mientras que con la otra mano le atravesaba la garganta con el acero inoxidable de un pincho moruno, con perdón. Los trocitos de jugosa carne vacuna quedaron muy juntos al final de la varilla, cerca del mango. El olor metálico de la sangre que brotó a borbotones de la tráquea de Meadows se mezcló con la sutil fragancia que desprendía el curry que impregnaba la carne de la brocheta.

  Asesinar nunca fue para ellos lo difícil en su trayectoria común como asesinos psicópatas. Esa era la parte creativa y la más agradecida que además les excitaba a todos los niveles. Deshacerse de los cadáveres, sin duda, también es complicado y quizás por lo mecánico del proceso les resultaba un asunto más bien farragoso y, en ocasiones, con excesos de fluidos según sus criterios y gustos particulares. No lo disfrutaban tanto y además se necesitaba de una infraestructura de la que ellos carecían, como por ejemplo un vehículo con un amplio maletero.

  Pero lo realmente complicado hoy en día es conseguir víctimas. La gente, en general, se muestra muy desconfiada y tampoco se trata de ir por la vida llamando la atención realizando secuestros cada dos por tres, un estilo que no conjugaba con ellos. Estos asesinos prefieren la sutileza, el juego del engaño, una suerte de “trompe-l’oeil” si me permiten equiparar con el arte pictórico su luctuosa actividad criminal. Les gusta la exquisitez y la sofisticación y que la víctima caiga por su propio pie, sin mediar fuerza bruta alguna ni amenaza, en la tela de araña que ellos con tanto mimo han tejido. Y para eso Internet es la clave.

  Internet es herramienta pepino, muy poderosa, que sumada a la estulticia de los que se creen modernos por seguir toda aquella tendencia y que adoran cualquier moda por absurda que sea siempre que les destaque del resto o “main stream”, como lo suelen definir, y que confían en las nuevas tecnologías - ¿hasta cuándo habrá que llamarlas así? – con la candidez propia de un infante; pues como iba diciendo, internet propicia la captación de futuras víctimas en todo los ámbitos de la maldad humana.

  Michael y Meadows tuvieron mala suerte. Pudieron haber tropezado con cualquier otro con falta de escrúpulos, que amparado por el opaco concepto de “economía colaborativa”, (eufemismo de “el buscarse la vida” de siempre), les hubiese obsequiado al final de la cena que contrataron a través de aquella página web, que ofrecía cenas en casas particulares y que proponen una visión distinta de la gastronomía local del lugar de vacaciones, con unas diarreas y vómitos al haber ingerido un sushi manufacturado por unas uñas negras después de rascarse el culo. Pero tropezaron con la pareja más letal de L’Eixample de Barcelona. Y ese fue el final de la experiencia colaborativa de Michael y Meadows, que además de costarles 35 euros por barba les costó la vida.

  Y encima ahora son el próximo menú de los asesinos del “Eatwithme.com”.