domingo, 15 de noviembre de 2009

Moderadamente felíz.

En esta vida hay que ser moderado: beber con moderación, comer con moderación, fumar con moderación y, en el mejor de los casos, follar con moderación.

Pero la moderación, lejos de ser una virtud, es un estilo de vida autoimpuesto, quizá por cobardía o bien para no despertar sospechas en esta sociedad que enzalza el histrionismo en todas y cada una de sus facetas.

Uno es o se reconoce moderado con el fin de no llamar la atención y, en consecuencia, declararse libre de toda envidia pero también de compasión fingida, por eso a la pregunta de "qué tal estás", siempre hay que responder que "moderadamente felíz" para fastidiar al que mal te quiere y desubicar al cotilla, pues a nadie más que a uno interesan sus éxitos o sus penas.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

- Tengo en el bolsillo un objeto que un día les puede salvar la vida - dijo el profesor - y además se convertirá en su mejor amigo - añadió mientras se llevaba la mano al bolsillo interior de la chaqueta.

Los alumnos de 3ºA del Instituto Columbine, volcaron los pupitres a la vez que se lanzaban al suelo antes de que el profesor terminara el gesto. Y entonces sacó un libro.

- ¿No están ustedes un poco tensos?

martes, 3 de noviembre de 2009

El Puente de Beringia

(Sucedió entonces, cuando el corazón se enfrió)

Un mes de Mayo sintió la necesidad de echar a andar y abandonar la comodidad y seguridad que le ofrecía su hogar. El azar se había cruzado en su vida y no pudo ni quiso ignorarlo así que no le quedó más remedio que arriesgarse y emprender un nuevo viaje.

Salió por la puerta una tarde soleada de Primavera, ligero de equipaje. La experiencia le había demostrado en otras ocasiones que un exceso de peso lastra el camino y esta vez no quería cometer los mismos errores que en otros viajes en los que había llevado mucho equipaje y después tenía que lamentarse por no poder recoger objetos que seguro le hubieran resultado útiles luego.

Y empezó a caminar. Pasó por lugares ya conocidos pero no por ello menos emocionantes: caminos angostos, carreteras sinuosas, senderos casi ocultos, vericuetos, rampas inclinadísimas que requieren mucho esfuerzo para subirlas y precipicios vertiginosos en los que hay que prestar mucha atención para no caer al vacío atrapado por un extraño magnetismo que impide dejar de mirar. A veces se dejaba llevar por la inercia en bajadas no muy pronunciadas y, sobre todo, disfrutaba del trayecto en los momentos en los que el camino era llano y podía pensar con claridad sobre el lugar a donde quería llegar.

En Otoño llegó a Beringia. Un terreno llano y abierto se abría ante sus ojos y su mirada se perdía hasta allí donde comenzaba un mar oscuro, terrible, que baña la costa de esta inhóspita región con la tierra permanentemente helada. Y su corazón se enfrío de repente tanto como la tierra que pisaba. Era imposible seguir avanzando y atravesar esa masa de agua, tremenda, que le separaba de su destino final, el lugar donde reside La Esperanza.

“La Esperanza es un lugar y no un estado de ánimo” - pensó - “Y quiero llegar hasta allí para alimentarme de ella”.

Y sucedió así, como ya había sucedido en otras ocasiones.

Llegó el Invierno, más cruel que en otras ocasiones, y la escasa vegetación de la tundra quedó sepultada bajo un manto de nieve y un puente de hielo unió los dos continentes antes separados por oscuras aguas: el Puente de Beringia.

Y continuó su camino. Y no halló el lugar donde reside La Esperanza.

Otra vez era Primavera cuando llegó de nuevo a su casa. Allí reflexionó sobre su viaje: “Salí en busca del lugar donde se halla La Esperanza y no entendí, hasta que las aguas se enfriaron, que La Esperanza no está en ningún sitio, sino que está dentro de mi y me acompaña allí donde voy”

Es por eso que La Esperanza es lo último que se pierde, si es que hay que perder algo.